Nací en el año 1949.
Hija mayor de una pequeña familia (mamá, papá y una hermana).
Tuve la dicha de crecer en un hogar colmada de cariño y muy cuidada.
Yo siempre digo que crecí en “cuna de oro”… no precisamente por los recursos económicos pero sí por contar con un papá muy trabajador, alegre y con una increíble paz.
Mi mamá: “una mujer de Dios”… presente en mi vida de manera continua. Su ejemplo me marcó muy fuertemente, no sólo a mí, sino a todos los que se cruzaron en su camino.
Ella cuidó de mí de tal manera… que hoy pienso fue excesivo el amor que me brindó. No puedo dejar de recordar el cariño inmenso con el que fui tratada, hasta el día que el Señor la llamó a su Presencia.
Y mi hermana: la mejor del mundo. Mi amiga y confidente.
Mi gran vocación era ser maestra y a los 17 años logré ese anhelado título (Docente de Nivel Primario). Cómo explicar la emoción que siento cada vez que escucho Aurora (Himno a la Bandera)… me veo con el guardapolvo blanco y rodeada de blancas palomitas.
A los 22 años me casé con el “amor de mi vida”… y hoy tomados de la mano y con el mismo amor, estamos por celebrar los 48 años de matrimonio.
Del fruto de ese amor nacieron cuatro hijos que inundaron nuestro hogar con risas y alegrías y a medida que fueron creciendo trajeron honra y nos convirtieron en padres orgullosos.
Y como si esto fuera poco llegaron los nietos: Sol, Matti, Astor, Aquiles y Amelí… Cada hijo llenó nuestro corazón de amor y felicidad pero cada nieto lo desbordó de ternura. Además tienen superpoderes: derriten mi corazón cuando me miran y todo lo consiguen.
Muchas cosas sucedieron en el transcurso de los años… hasta que finalmente vinimos a vivir a Villa Allende sin imaginarnos que el Propósito de Dios se ponía en marcha.
Transcurría el año 1987 (a pocos meses de vivir en esta ciudad) cuando nació “La Misión” y con ella los más grandes desafíos e increíbles vivencias. Contra viento y marea la iglesia crecía y de igual manera aumentaban las luchas.
Además de ser el Pastor, mi esposo es militar y a los pocos meses fue destinado a Curuzú Cuatiá (Corrientes). Durante su ausencia (un año) quedé a cargo de la obra; No fue nada fácil pero sí, una experiencia maravillosa… puede sentir la mano de Dios tomando la mía e indicándome el camino a seguir.
¡Fue tan fuerte y tan real su Presencia!… que sólo me queda decir como el salmista: “Esperé yo a Jehová, esperó mi alma. En su Palabra he esperado” y las sorpresas de bendición llegaban cada día.
Mirando el camino recorrido puedo gritar que “Dios ha sido fiel y por siempre lo será”.
Si no conocés “La Misión” te invito a contemplar “La Gran Obra de Dios en Villa Allende”.