En este artículo voy a hacerte varias preguntas que me hago a mí mismo, y a modo de tomar un café con amigos, es que quiero abordar el tema.
¿Nos sentamos a la mesa?
Suelo preguntarme ¿qué pasaría si durante 1 año todas las iglesias de Argentina dejáramos nuestras actividades internas y pusiéramos nuestros recursos (humanos y económicos) al servicio y solución de las necesidades urgentes del país? ¿Cómo nos encontraríamos luego del proceso? ¿Qué habríamos aprendido? ¿Qué de todo lo que hacemos seguiríamos haciendo? ¿Qué realidades concretas habríamos cambiado?
Si todos acordáramos dejar de tener una actitud, critica, fatalista y condenatoria hacia la sociedad y su organización política, y sin dejar de ver el lado positivo de nuestras acciones, reconociésemos de una vez, que la mayoría de ellas son pasivas y sectarias.
¿Qué pasaría?
¿Ser cristiano tiene que ver con tratar de solucionar las necesidades urgentes de la sociedad?
Para mí: cortado al revés, por favor.
Un párrafo sobre el amor cristiano.
En el pasaje de Mateo 22:36, hay una trilogía de amores que no voy a profundizar aquí, pero si a subrayar. Amarme a mí mismo y amar a Dios suele ser intangible, introspectivo; pero amar al prójimo es concreto. Y sólo al desarrollar los tres amores (Dios-Yo-Prójimo) se cierra el círculo virtuoso de cumplir los más grandes mandamientos.
Pienso:
· Dios me quiere profesional del amor.
· Los amados, amamos cuando servimos.
· Los siervos, servimos cuando amamos.
· Servir, es el ejemplo más grande de amor que Jesús nos dejó. (Mat 20:28).
· Amar es desinteresado; amo porque me amaron y en consecuencia quiero imitar amar con el mismo amor.
· No amo porque Dios me manda, amo porque Dios me ama.
· No amo con mi amor, amo con el amor de Dios.
· No sirvo (servicio) para que la gente vea el amor de Dios en mí y así crea, sirvo porque la cantidad de amor con la fui amado es tan grande que me desborda, y se derrama en los que me rodean.
– Mozo, otro café por favor. Esto va para largo. –
Un párrafo sobre la necesidad urgente.
En el ámbito del estudio de políticas públicas y las responsabilidades del estado descubrí un concepto revelador: El bien común[1]
Hay una línea que marca una básica condición de dignidad humana y no es la mal llamada línea de pobreza, sino que es la línea del bien común. (La línea de la pobreza solo mide en dinero cuanto deberíamos cobrar para tener acceso a una canasta alimentaria y algunos bienes y servicios no alimentarios básicos en una familia tipo).
El bien común, como dice Graglia (2012), “no consiste en la simple suma de los bienes particulares de cada uno de los sujetos del cuerpo social. Siendo de todos y de cada uno es y permanece común, porque es indivisible y porque sólo juntos es posible alcanzarlo, acrecentarlo y custodiarlo” (p.40)
Entonces “todos” deberíamos tener acceso a ese bien y el estado debe ser el administrador y su guardián. Acceso al agua potable, la educación, alimento, salud, al trabajo digno, al ocio, a la espiritualidad, arte, deporte, etc. Son derechos que están (o deberían estar) garantizados porque son bienes que ya tenemos como sociedad, no tenemos que salir a comprarlos o crearlos. Tenemos los ríos, tenemos el aire, tenemos el conocimiento, las escuelas y los docentes, tenemos los hospitales y los médicos, tenemos el mar, los peces, el campo, las semillas, y los animales necesarios, tenemos las personas, el territorio nacional, tenemos la historia, etc. ¿Para qué? ¡Buena pregunta! La respuesta es: Para el desarrollo del bien común. Para que a nadie le falte lo esencial, mínimo e indispensable para desarrollarse dignamente dentro de un contexto social comunitario. El bien común, traza una línea en la que por debajo de ella no debería haber nadie. Luego hacia arriba las diferencias son posibles de acuerdo con la capacidad productiva de cada uno, y de la sociedad en su conjunto. Que haya alguien por debajo de la línea, no habla de un problema que tiene un individuo, habla de problemas que tiene una comunidad (ciudad, provincia, nación) y entonces la misma no podrá (o no deberá) realizar ningún esfuerzo en seguir creciendo y desarrollándose por sobre la línea hasta que no solucione el problema que tiene por debajo.
Ilustremos con un ejemplo: En una ciudad hay un barrio pequeño que no tiene agua corriente, extraen agua de pozos y cuando las lluvias son profusas el agua de los mismos se pone turbia, los análisis arrojan que la misma no es potable. A la vez la ciudad tiene sectores empresariales muy desarrollados, con gran empuje económico productivo y se necesitan obras viales para el desarrollo de la actividad, la cual dará trabajo a miles de personas. La misma cantidad de dinero que costaría llevar el agua al pequeño barrio es lo que cuesta hacer las obras viales para el sector empresarial
¿Cómo se debe invertir el dinero?
La solución en la ética del bien común ni siquiera merece análisis. Porque el sector empresarial está desarrollándose por encima de la línea, y eso está muy bien. Pero a pocas cuadras tiene vecinos que no tienen agua. La ciudad está en crisis de bien común. Está en emergencia. Por más que su PBI sea el más alto en comparación con otras. No es solo un problema de los vecinos del pequeño barrio. Es un problema de la ciudad. La misma no puede/debe crecer ni un paso más sin solucionar la emergencia.
¿Quiénes son los que deberían presionar para que el agua llegue al barrio? Todos, pero en primera instancia los empresarios, porque ellos son los que están (más) por sobre la línea.
La conciencia social del bien común impide una mirada sectaria, somos “un todo indivisible” como sociedad.
El ejemplo me sirve para decir que la iglesia es una comunidad en sí misma, organizada en comunidades locales, y que, además, cada una de ellas, está inserta en y forma parte de, otras comunidades organizadas a su vez en: ciudades, provincias y países.
La necesidad urgente y la vulnerabilidad que se genera cuando personas están por debajo de la línea del bien común también es nuestra responsabilidad, y si bien al estado le corresponde la función principal tenemos que actuar en consecuencia de amor, haciendo lo que nos toca.
Si en este momento vos estas diciendo: — esto es problema de los políticos y que lo arreglen ellos-, te pido que pienses lo siguiente:
1. ¿Qué te corresponde hacer sobre la necesidad urgente que hay a tu lado? ¿Qué le corresponde hacer a tu comunidad de fe?
¿Con cuál de los personajes de la historia del buen samaritano (Lucas 10.30) te/se identificas/identifican? Respuesta fácil…Listo. OK. Ahora pensá: ¿Qué acciones estoy/estamos haciendo que demuestren que soy/somos samaritano/s? ¿Qué acciones u omisiones realizo, que me identifican con el Sacerdote o el Levita? Cuando Jesús dice, -“ve tú y haz lo mismo”-, ¿se lo dijo a los políticos?
2. Entonces, si es responsabilidad de los políticos: ¿Cómo los estamos ayudando? ¿En qué estamos contribuyendo con ellos? ¿Cuál es la contribución concreta que hace la iglesia en apoyo a quienes tienen semejante cristiana responsabilidad? ¿Tenemos manera de aportar algo aquí?
…¿Otro café?…
Muchos textos en la Biblia nos llevan a pensar que para Dios las necesidades urgentes son prioritarias, y más allá de la lista que podemos encontrar (alimentar a los pobres, cuidar de la viudas, los huérfanos, los errantes, desamparados, enfermos, etc.) creo que Dios todo el tiempo nos habla del bien común, de necesidades urgentes que nuestros hermanos y/o habitantes, están padeciendo. Eso, a nosotros, no nos puede pasar por alto.
Primero, como Pablo enseña en Gálatas 6:10, comenzaremos por la familia de la fe, pero luego debemos mirar nuestro barrio y nuestra ciudad; nuestra provincia y nuestra nación. Por eso dije en el párrafo anterior: “nuestros hermanos y/o habitantes”, porque no estamos llamados solo a amar a quienes creen lo mismo que nosotros, estamos hablando de bien común, y el mismo no sabe de ideologías religiosas. No puedo convivir con la necesidad urgente próxima sin que se me active el amor. La necesidad y el amor no pueden ser filtrados por la especulación. No me interesa si me votan o si se convierten; ¡yo amo! y el otro tiene derechos, porque el bien común le pertenece, crea lo que crea, también es dueño.
De hecho, me atrevo a decir que existe un bien común espiritual, y que las personas que están por debajo de su línea son responsabilidad directa de la iglesia como estado-reino, y el evangelismo, más que una cuestión proselitista debe ser entendido como una garantización de acceso a derechos espirituales que tienen los excluidos del sistema (Rom 5), (pero esto más que un café, necesita una cena ?).
Imagínate que Cristo pasando sus 3 ½ años de ministerio antes de Getsemaní hubiera dicho, — bueno muchachos, yo vine para decirles lo que dije, ustedes escríbanlo y sigan mi consejo, yo me voy yendo porque a mí no me corresponde el sacrificio. Yo amo a Dios y me amo a mí mismo, pero para amarlos a ustedes no me da. — ¡Que distinta hubiera sido la historia! Gracias a Dios, Jesús se involucró con sus palabras y fue consecuente con ellas en acciones. Nosotros debemos hacer lo mismo.
No hay demostración más poderosa que la del Amor. No hay poder más grande en el universo que el poder del Amor. Todo pasará, pero el amor nunca. (1ra Cor. 13) y me atrevo a agregar, no hay potenciación más exponencial que la del amor organizado.
Predicar el evangelio es amar (de “tal manera”) como Dios nos amó a nosotros (Juan 3: 16), es solucionar problemas urgentes y eso tiene dos caminos: uno es; Organizar el “amar” desde nuestras comunidades de fe. Hacer lo que haya que hacer, poner lo que tengamos a mano, y sacrificar lo necesario, para que la línea del bien común no tenga ningún próximo por debajo. Pero, el otro es: Profesionalizar ese “amar” para llevarlo a una dimensión sustentable y radical, involucrándonos en la administración del estado a través políticas públicas que, con verdad, justicia, libertad y solidaridad[2] logren que todos los hermanos/habitantes de nuestro suelo tengan acceso al bien común (al tradicional y al espiritual)
¿Alguien me invita a cenar?
[1] Graglia, J. Emilio (2012). En la búsqueda del bien común: manual de políticas públicas. Buenos Aires: Konrad Adenauer Stiftung.
[2] Valores del bien común. (Graglia, 2012, p.41).